Después de haber perdido numerosas máquinas de escribir en manos de prestamistas, simplemente había dejado atrás la idea de poseer una. Caligrafiaba mis historias a mano y así las enviaba. Las caligrafiaba con una pluma. Llegué a ser una calígrafo muy veloz. Llegué a un punto en que podía caligrafiar más rápido que escribir con mi letra. Escribía tres o cuatro relatos cortos por semana. Las enviaba por correo. Me imaginaba a los editores de Atlantic Monthly y Harper´s diciendo:
-Vaya, aquí tenemos otra cosa de esas que escribe ese chiflado.
Una noche llevé a Gertrude a un bar. Nos sentamos en una mesa lateral y bebimos cerveza. Afuera estaba nevando. Me sentía un poco mejor de lo habitual. Bebimos y charlamos. Pasó cerca de una hora. Empecé a clavar mis ojos en los de Gertrude y ella me devolvía la mirada. <¡Un buen hombre, en estos días, es difícil de encontrar!>, decía la maquina tocadiscos. Gertrude movía su cuerpo con la música, movía su cabeza con la música, y me miraba a los ojos.
-Tienes un rostro muy extraño -me dijo-. No eres realmente feo.
-Empleado de almacén número cuatro, abriéndose camino.
-¿Has estado alguna vez enamorado?
-El amor es para la gente real.
-Tú pareces real.
-No me gusta la gente real.
-¿No te gusta?
-La odio.
Bebimos algo más, sin hablar mucho. Seguía nevando.
Factotum
Charles Bukowski