Antonio Arellano, el peruano que se gana la vida haciendo zapatos en una pequeña tienda del centro de Roma, también es el zapatero oficial de Benedicto XVI
ROMA.
Jaime García Oriani.
Las campanas suenan y anuncian una nueva visita en la pequeña zapatería. Un taller que no huele a betún ni a pegamento, sino al agradable aroma del cuero y de la madera. Y allí está Antonio, concentrado en su faena, que saluda con amabilidad y sonríe al escuchar palabras en español, su lengua materna.
En una vitrina, como presea que expone orgullosamente el ganador, se encuentran los conocidos zapatos color cereza del Pontífice, talla 42. Abre delicadamente las puertas de vidrio y comienza a contar su historia.
El entonces Cardenal Ratzinger llevaba sus zapatos a reparar donde Antonio. Como él, también lo hacían varios de la Curia Romana, monseñores y obispos, tal vez motivados por la buena fama de la que Arellano gozaba por las reparaciones hechas en el calzado de Juan Pablo II. Con cierta frecuencia, Joseph Ratzinger solicitaba el servicio de Antonio.
“Es que el Cardenal caminaba mucho, visitaba muchos lugares, tenía muchas reuniones y por eso se le desgastaban los zapatos”, explica Arellano, “Además, él es una persona humilde y, si veía que se podía hacer una reparación, prefería eso a gastar”.
Ratzinger conversaba con Antonio de las cosas de cada día, de la vida, de la fe. Arellano confiesa que tiene una fe fuerte y lo dice sin titubear, gracias a sus experiencias que dan prueba de ello: a los 14 años comenzó a fabricar zapatos en una fábrica de su natal Trujillo, en Perú, en jornadas de 12 horas y sin descanso; en 1990 migró a Italia sin saber una palabra de italiano, país en el que siguió con su oficio. Posteriormente, en 1998, recaudó los ahorros suficientes para comenzar su propio negocio, el mismo que se encuentra a pocos metros del Vaticano.
“Mi vida ha sido dura, pero soy feliz. Todo lo contaré en un libro que estoy terminando de escribir”, dice.
Un día de abril de 2005, Ratzinger visitó a Antonio, con el deseo que hiciera, lo más rápido posible, una reparación a sus zapatos. La razón: el Cardenal entraría al Cónclave que elegiría al sucesor del fallecido Papa.
Eran los días del Cónclave y Antonio, al enterarse que por fin salía humo blanco de la Capilla Sixtina, encendió su televisión y, luego de unos minutos de tensa espera, el Habemus Papam y la salida del nuevo sucesor de Pedro.
“¡Es el Cardenal Ratzinger! ¡Él es mi cliente!”, recuerda.
Luego de tres meses de la elección de Benedicto XVI, Antonio recibió un regalo de parte del Papa: un rosario que conserva muy bien guardado en su hogar. Pero no fue lo único. También se le encargó hacer unos arreglos a los zapatos del Pontífice.
Una tradición
Esa fue la ocasión en la que Antonio, tan buen conocedor de los gustos de calzado de Ratzinger, tuvo la idea de hacer los tradicionales zapatos cereza para Benedicto XVI.
“Pedí una audiencia con el Papa y él nos recibió muy gustosamente a mí y a mi familia. Y yo le regalé unos zapatos de diseño propio”, comenta.
A partir de entonces, “il Calzolaio” recibió el encargo de la Santa Sede de hacer más zapatos para el Papa. Arellano no sabe si seguirá haciendo zapatos para el próximo Papa.
“Veo con mucho respeto y admiración la decisión de Benedicto XVI de renunciar. Aunque ya no sea Papa, para mí siempre será Su Santidad“.
El lío de los zapatos de Prada
Andres Juárez
Unas zapatillas rojas sobre un fondo blanco, sin más. Así abría la edición del pasado 12 de febrero el periódico alemán Die Tageszeitung, un día después de que Benedicto XVI anunciara su renuncia.
Pero, ¿qué tienen que ver estas zapatillas con el ahora Papa emérito? Las zapatillas son, según La Repubblica, un par de mocasines rojos diseñados por Prada, una de las firmas de moda más exclusivas, pero lo cierto es que el Benedicto XVI nunca calzó de Prada. Las zapatillas del ahora Papa emérito fueron diseñadas y confeccionadas por el zapatero peruano Antonio Arellano a quien Joseph Ratzinger le solicitaba con cierta frecuencia un par de zapatos. Durante esta entrevista, el zapatero del expapa aseguró que este es una persona humilde y enfatizó: “Si -Ratzinger- veía que se podía hacer una reparación, prefería eso a gastar”.
Al margen de quién fabricó esos coloridos zapatos, aún cabe la pregunta de: ¿por qué rojos? Según el secretario privado del Benedicto XVI, Georg Gänswein, eso tiene que ver con la práctica litúrgica de la iglesia, o sea, con los distintos colores de las casullas que lleva el sacerdote durante la Misa. Antiguamente el color cambiaba según la ocasión, los zapatos y la casulla tenían que ser del mismo color, pero con el paso del tiempo, el color rojo se ha impuesto en los zapatos, y así, el Papa calza hasta hoy en dia zapatos de color rojo.
Hay quienes dicen que el rojo representa la sangre de Cristo, mistras que hay otros que siguen empeñados en afirmar que el rojo de las zapatillas responde al color de la marca Prada, pero lo cierto es que a partir de ahora Joseph Ratzinger será llamado Papa emérito y, aunque seguirá vistiendo de blanco, dejará de calzar sus famosas zapatillas rojas para pasar a un color más discreto: marrón.
* Entrevista publicada en ElSalvador.com y cedida a Vagon293